Hace 46 años rescataron a los sobrevivientes de la "Tragedia de los Andes"

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El 22 de diciembre de 1972 son rescatados los 16 supervivientes del vuelo 571 accidentado en la cordillera de Los Andes. Este es otro capítulo de la historia de la aviación, esa que tan gloriosa ha sido, llena de mitos y leyendas, proesas y desaciertos, como muchos infortunios.

Tal es el caso del accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya (FAU), donde a pesar que 16 sobrevivientes se alimentaron de restos humanos, para la historia de la humanidad quedó como el “Milagro de Los Andes”, un suceso trágico enmarcado como un mito a través del tiempo, de nuestra travesía por este mundo, y de las peripecias del ser humano por combatir la naturaleza.

Fue otro avión que cayó víctima de la baja nubosidad y las altas cordilleras en los días antes de que la tecnología de cabina pudiera ofrecer mejor información a los pilotos.

El 12 de octubre de 1972, el Fairchild Hiller FH-227 de la FAU partió desde el Aeropuerto Internacional de Carrasco transportando al equipo de rugby del club de exalumnos del Colegio Stella Maris de Montevideo, que se dirigía a jugar un partido contra el Old Boys, con sede en Santiago de Chile.

Al mando de la nave estaba el coronel Julio César Ferradas, y su copiloto, el teniente coronel Dante Lagurara, quien además estaba al mando de los controles del avión. Completando la tripulación, iban el navegante, teniente Ramón Saúl Martínez, el sobrecargo Ovidio Ramírez y el mecánico Carlos Roque.

Cabe destacar que este tipo de avión tiene la particularidad de volar con la cola más baja que la nariz, como el vuelo de un ganso. Su techo máximo es de 6800 msnm y su velocidad máxima de 437 km/h.

El mal tiempo les obligó a detenerse en el aeropuerto El Plumerillo, en la ciudad de Mendoza, Argentina, donde pasaron la noche. Al día siguiente, el frente persistía, pero debido a la premura del viaje y hechas las consultas pertinentes, se esperó solo hasta la tarde, cuando amainaron levemente las condiciones de tormenta.

El 13 de octubre el vuelo debía continuar su ruta hacia Santiago, a las 2:18 pm hora local. La ruta a seguir sería vía Paso del Planchón entre las ciudades de Malargüe (Argentina) y Curicó (Chile). El avión ascendió hasta los 6000 msnm volando en dirección sur manteniendo la cordillera a su derecha. Contaban con un viento de cola de 20 a 60 nudos. A las 3:08 pm comunicaron su posición a la estación de control de Malargüe girando en dirección noroeste hasta volar por la ruta aérea G17 sobre la cordillera. Lagurara estimó que alcanzarían el Paso del Planchón ―el punto de las montañas donde se pasaba del control de tránsito aéreo de Mendoza al de Santiago― a las 15:21 horas. Un mar de nubes blancas se extendía por debajo de ellos.

La serie de descensos bruscos hicieron que el avión perdiera más altitud (perdió casi 1500 m), momento en el que muchos de los pasajeros quedaron estupefactos al ver que cayeron en la cuenta de que el ala del avión estaba muy cerca de la montaña. Dudaron si aquello era normal. Unos momentos después, los pasajeros se miraban unos a otros con terror, otros rezaban, al ver que estaban a unas decenas de metros de las laderas de un encajonado, esperando el inevitable choque del avión.

De las 45 personas en el avión, trece murieron en el accidente o poco después (entre ellos 4 de los 5 miembros de la tripulación); otros cuatro habían fallecido a la mañana siguiente, y el octavo día, murió una pasajera de nombre Susana Parrado debido a sus lesiones. Los 27 restantes tuvieron que enfrentarse a duras condiciones ambientales (-25 a -42 °C) de supervivencia en las montañas congeladas, aún en plena época de nevadas, en medio de la primavera austral. Durante varios días las partidas de rescate intentaron localizar los restos del avión sin éxito. Incluso algunos aviones estuvieron cerca del lugar, pero muy alto para poder encontrarlos.

Uno de los miembros del Servicio Aéreo de Rescate (SAR) que pasó aquella última noche entre los restos del

siniestro, contaría más tarde: «El avión estaba partido y sin alas, el piloto aún estaba en su puesto, pero su cabeza había desaparecido y solo quedaba el muñón de la columna asomándose por la ventanilla, había escenas de antropofagia evidente, ya que alrededor y debido al deshielo, dejaba entrever restos humanos». Los equipos de rescate contaron 11 cuerpos descuartizados, y los demás en calidad de reserva. Los rostros de los sobrevivientes mostraban las penurias padecidas y un color amarillo-rosado extraño, con la piel pegada a los huesos.

A pesar de las dudas iniciales, los sobrevivientes pronto reconocieron y justificaron que habían tenido que recurrir a la antropofagia para poder sobrevivir. En un principio lo negaron, alegando que en Mendoza habían adquirido grandes cantidades de chocolates, conservas, queso y licores. Pero el hecho quedó al descubierto cuando los diarios chilenos El Mercurio y La Tercera de la Hora publicaron fotografías de restos humanos cerca del fuselaje, tomadas por el Cuerpo de Socorro Andino (CSA) y que no se habían dado a conocer. Los supervivientes se vieron obligados a dar una conferencia de prensa para hablar del asunto. Agradecieron profundamente la comprensión de familiares de los fallecidos, quienes los apoyaron en todo momento: «Ellos [los familiares] dijeron que menos mal que había 45 para que podamos tener 16 hijos de vuelta. Nos quieren como hijos. Supongo que en su yo más íntimo cuando nos ven piensan por qué sobrevivimos nosotros y no sus hijos. Es un sentimiento humano lógico».

De los 40 tripulantes que emprendieron el vuelo desde el Aeropuerto Internacional Carrasco, solo 16 sobrevivieron a esta tragedia, que sin embargo, en la cultura popular uruguaya se conoce como el “Milagro de Los Andes” dejó un saldo de 29 victimas fatales, de las cuales 13 murieron en el accidente o poco después (entre ellos 4 o 5 miembros de la tripulación); otros cuatro habían fallecido a la mañana siguiente, y el octavo día, murió una pasajera de nombre Susana Parrado debido a sus lesiones.