Cómo recuperar los valores

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Papa Francisco: cómo recuperar los valores.

Hubo un tiempo del "padre autoritario", padres que no ayudaban a sus hijos a seguir el camino de su crecimiento con libertad, eran castradores. Después vino el tiempo del "padre ausente". De hijos esclavos se pasó a hijos huérfanos. Los padres-patrones imponían valores, los padres ausentes no transmiten ningún valor. Tampoco lo hacen los que tratan a los hijos de igual a igual, la variedad del "padre-amigo". Juegan, pero no le ponen los límites que el hijo demanda. El hijo precisa que le transfieran el conocimiento de lo que está bien y lo que está mal. Otro tanto ocurre a nivel institucional en la relación de los gobernantes ausentes y anómicos con los ciudadanos. (Papa Francisco, "Padre Nuestro", pág. 19/23, ed. Romana, 2017).

Por eso muchos descreen del padre-celestial y por eso, dice el Papa: "Nos hará bien a todos, a los padres y a los hijos, volver a escuchar la promesa que Jesús les hizo a sus discípulos: 'No os dejaré huérfanos' (Jn 14, 18)".

La pérdida de valores y del sentido de la vida

En los tiempos actuales, tras la crisis de la paternidad, paralelamente al alejamiento de la religión que es parte del proceso de la desvalorización de la figura paterna, esa crisis se tradujo en la pérdida de valores. Por eso presenciamos el abandono de valores éticos en el plano personal y también a nivel institucional.

Al excluir al padre y no reemplazarlo, al negar a Dios y la religión sin sustituirlo por ningún imperativo categórico, el código moral interior se convierte en un vacío. Un vacío moral, un vacío espiritual y psicológico.

Los operadores de los mercados ofrecen llenar el vacío

Los mercados lanzan cada día nuevos objetos diciéndole al consumidor: "Consuma esto, compre aquello y goce". Al mercado no le interesa el ser humano sino en tanto consumidor y tiene fines claros: producir más objetos, crear nuevas expectativas, vender más para ganar más dinero.

Frente al vacío moral, espiritual y existencial del hombre y la mujer de hoy, el mundo capitalista, aprovechando los avances tecno-científicos y la libertad de los mercados, le ofrece al sujeto salidas "superadoras": los "remedios", las drogas y la multiplicación de placebos, las políticas de goce consistentes en llenar ese vacío con objetos, zapatillas, celulares, computadoras, auriculares, automóviles, maquillajes, maquinitas, marcas u otros señuelos que lo identifiquen y lo hagan gozar.

Aclaremos que cuando hablamos del consumismo, no nos referimos al consumo de lo necesario y útil sino al consumismo extremo, de lo superfluo, de lo innecesario, al consumismo compulsivo, destinado a cubrir nuestro vacío. Cuando no consumimos porque deseamos sino porque nos crean necesidades y nos hacen creer que necesitamos tal o cual objeto y que lo deseamos. De eso se trata la manipulación y la creación de la subjetividad del sujeto y sus metas, por parte del mensaje publicitario. El consumismo extremo es el paso de un vaso vacío del sujeto, las promesas de las bondades del objeto y la adquisición por parte del sujeto que se llena de objetos.

Las palabras por las cosas

Mientras tanto el mercado invita pública, global y descaradamente a cambiar el código moral y religioso por los nuevos códigos que introducen los objetos y el valor intangible de la palabra y de la fe por el valor de lo tangible. Tener, acumular y codiciar parecen ser las consignas. El propio cuerpo se cosifica y se lo vive en verdaderas celebraciones especulares como las que están presentes en los consultorios de los médicos plásticos, el mundo de los fisiculturistas o el desmedido consumo de cosméticos, por poner tan solo tres ejemplos cotidianos.

El hedonismo como superación de la angustia

Según nos indica la experiencia, nos enseña la Iglesia y confirma la psicología, se lleva al individuo a la búsqueda del goce interminable mediante la compra de objetos que nunca llegan a colmar la necesidad de goce, que se seguirá buscando. Ese deambular se transforma en un camino hacia la compulsión repetitiva. Esto lleva a estados de desorientación, confusión, debilitamiento subjetivo, pérdida del sentido de la vida, del lazo primario con el otro, al desequilibrio espiritual y emocional, a la enfermedad y muchas veces —como en el caso de las adicciones a las drogas— a la muerte.

En ese camino, el otro como sujeto, como persona, como hermano, como prójimo será negado y en todo caso transformado en mero objeto.

La debilidad de los lazos sociales y la disolución de la subjetividad con pérdida de la identidad quedan ancladas en el objeto y no en el encuentro con el sujeto del otroque es el único camino del amor interhumano y de una vida solidaria y feliz.

¿Rechazar la tecnología y la economía de mercado?

El papa Francisco, cuando, como vimos en una nota anterior, se dirige en ocasión de la Navidad a los presentes en Roma y "a todos los que están conectados", acepta la tecnología que nos suministra la posibilidad de estar conectados. Y es sabido que interactúa en la plataforma de Twitter.

Recuperar los valores y la vida del espíritu

Pero recomienda "usar las redes sociales de forma ética y con criterios espirituales. El bullying online, por ejemplo, es una de las acciones que deben evitarse" dijo. Y en otra ocasión expresó: "El gran continente digital no es simplemente tecnología, sino que está formado por hombres y mujeres que llevan consigo lo que tienen dentro, sus experiencias, sus sufrimientos, sus anhelos, la búsqueda de la verdad, de la belleza, de la bondad". Muy lejos de sostener una cultura anabaptista, los católicos asumimos las bondades de los avances tecnológicos como herramientas que pueden orientarse a hacer el bien.

La tecnología sirve, según decía Heidegger y lo recuerda el psicoanalista J. E. Milmaniene, para motorizar la industria alimentaria y para exterminar seres humanos en las cámaras de gas y campos de exterminio.

La Iglesia Católica no cree que la economía de mercado sea el enemigo. Hace poco reiteró la necesidad de afirmar el contenido ético del actual sistema económico y financiero, en el documento "Oeconomicae et pecuniariae quaestiones". Creemos que Francisco piensa que es un territorio donde opera el mal y por eso mismo se puede mejorar o conquistar (a partir del "núcleo de bien" que hay en todo error).

El amor es la unidad de la verdad, la bondad y la belleza

El amor como la unidad de la belleza, el bien y la verdad es el marco dentro del cual debemos tomar nuestras decisiones. Frente a la ofensiva de los mercados de consumo, los políticos y economistas debieran medir la expansión o la restricción de los artefactos que se ofrece a la sociedad y también en la decisión personal los ciudadanos.

En el discurso pronunciado por el arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio (con motivo del bicentenario 2010-2016, "Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo", Pilar, 14/11/2008 CEA PDF) alude a la necesidad de mantener esa unidad y nos dice que su disociación es causa de muchos males.

En el parágrafo 3.4, Dinámica de la verdad, con la bondad y la belleza, dice: "No se pueden desgajar esas tres pautas fundamentales del ser, que los filósofos llaman los trascendentales: la verdad, la bondad y la belleza. Van juntos. Lo que tiene que desarrollarse en el ciudadano es esa dinámica de la verdad, con la bondad y la belleza. Si falta alguno el ser se fractura, se idealiza, pasa a la idea, no es real. Tienen que ir juntos, no desgajarse".

La belleza, la verdad y la bondad son trascendentes cuando participan en equilibrio. Con lo cual el consumo de objetos tendrá un efecto beneficioso cuando el sujeto se sirva de ellos manteniendo un sano equilibrio, sin desviarse por el camino del ensimismamiento, del hedonismo, del sometimiento al totalitarismo de los artefactos, de la separación de su hermano, de su prójimo, de los otros. El arte del equilibrio siempre implica un peligro, pero no olvidemos:

El Dios
Está cerca, y es difícil de agarrar.
Pero donde haya peligro,
Un elemento de rescate también crece.