Escuchá la apertura completa:
Pensaba qué estarás haciendo allá arriba. ¿Ya te habrás juntado a conversar con Teresa de Calcuta, Mandela y Martín Luther King? ¿habrás hecho alguna reunión con Juan Pablo II y Benedicto XVI? ¿te tomaste unos mates con Maradona y con el Doctor Favaloro?
¿Estarás espiando lo que pasa por estos pagos con tú legado? ¿te habrás arrepentido de algo? Quizás ya te hayas hecho tiempo para escuchar La Cumparsita y pegarle un telefonazo imaginario a tú hermana en Bueno Aires y a algún cura villero.
Acá la cosa sigue igual. Más allá de la emoción que embargó tú funeral, con más de 500.000 personas que te despidieron, 140 delegaciones internacionales, jefes de Estado y monarcas, pobres de todo el mundo, a veces me parece que muchos no entendieron nada.
La miseria humana se viste de rojo cardenalicio. Operaciones de los cardenales conservadores para que te olviden pronto, voces tenues pero leales de los que se animan a defenderte, tráfico de influencias y rumores, dejando casi de lado al verdadero dueño de la pelota: el Espíritu Santo, que pocos mencionan., y estoy seguro que va a hacer su parte.
Se escuchan barrabasadas irrepetibles, especialmente en nuestra querida Argentina, pero en el mundo son muchos los que te extrañan y defienden.
Alguno que otro se acuerda que no cesaste de alzar tú voz implorando la paz mundial, gritando a los cuatro vientos que la guerra siempre deja al mundo peor que antes, siendo para todos una derrota trágica y dolorosa. Que te dedicaste como nadie a los últimos de la tierra, los refugiados, migrantes, pobres y marginados. Que siempre construiste puentes y no muros.
Que tú palabra fue un bálsamo para los afligidos, una llamada de esperanza para los desesperados. Que nos enseñaste con el ejemplo que la misericordia es el rostro de Dios y que el amor es el único camino hacia la paz.
Que no te cansaste de decir que la Iglesia es un hogar para todos, todos, todos, una casa con las puertas abiertas siempre, como un hospital de campaña que recibe y cura a los heridos. Y que debe salir de la cueva e ir al encuentro del otro.
Que tuviste el coraje de plantarte ante los poderosos en la isla de Lampedusa, en la isla griega de Lesbos, en la frontera de Méjico y Estados Unidos, en Jerusalen, o en los 4 países de Asia Oceanía que son los más periféricos de las periferias del mundo.
Que con tú humildad y sencillez fuiste un ejemplo para todos, que nos enseñaste que el poder del amor es más grande que cualquier otra fuerza. Que con tú camino de acogida y escucha, y tú modo de actuar cercano pero firme, despertaste energías morales y espirituales.
Que tú vocabulario distinto y cargado de gestos e imágenes para dirigirte a todos fue como aquellas parábolas de Jesús. Que fuiste un Papa del pueblo, metido entre las gentes, con el corazón abierto a todos, especialmente cercanos a los últimos de la tierra, a los marginados de las periferias existenciales.
Que a pesar de la fragilidad de tú salud y tú sufrimiento final, elegiste ese camino de donación hasta el último día de tú vida terrenal dando la bendición pascual desde el balcón y pegándote un baño de pueblo con la última vuelta olímpica por la plaza San Pedro.
Que predicaste con el ejemplo, con tú testimonio de vida. Sin zapatos rojos, cruces de oro, limousine ni palacio apostólico. Con los viejos zapatos negros de Buenos Aires, la cruz plateada de siempre, el auto que esté a mano y la simple habitación con una cama y un crucifijo de Santa Marta.
Que le diste a las mujeres y los laicos el lugar que nadie les había dado antes en la Iglesia. Que los pobres fueron tú debilidad y por ellos diste todo. Que la paz y el planeta eran tú obsesión. Que corriste a los corruptos y echaste a los pedófilos. Que perdonaste a los que te agraviaron y con gran misericordia los recibiste y abrazaste.
En fin. Algunos te escuchan más que antes, lamentan haberse perdido tú tiempo. Y otros se reparten tus vestiduras, como hicieron con Jesús.
Pero los más te recordamos, te queremos, te defendemos y estamos convencidos que seguís vivo en el corazón de millones de personas.
Y te reivindicamos como el Papa de los Pobres, el de la gente, el de la misericordia, el de los migrantes, el del diálogo intereligioso, el Papa reformador, el Papa sencillo, el Papa del fin del mundo, el Papa de todos, todos, todos, como solías repetir.
Y tal cual nos lo pedías en vida, estamos comprometidos a seguir rezando por vos. Pero por favor, esta vez voz no te olvides de rezar por nosotros.
Gracias por tanto querido Papa Francisco. A seguir gastando la suela de los viejos zapatos negros por los olvidados del cielo.