El 5 de diciembre, se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento de don Julio Migno, quien fuera conocido como "El Poeta de la Costa". Entre sus obras se destacan los libros "Yerbagüena el mielero", "De palo a pique", "Miquichises" o "Summa Poetica" y canciones popularizadas por Orlando Vera Cruz, como "Punta Cayastá" (también reversionada por Soledad Pastorutti ) , "Costera, mi costerita", o "Si tenés cachorro"; versos que calan hondo en el corazón de los costeros.
Don Julio pasó los últimos años de su vida en su casa de Cayastá, y falleció en la ciudad de Santa Fe el 5 de diciembre de 1993. Sus restos descansan en el cementerio municipal de San Javier.
Y en este día tan especial, en el que se cumplen 25 años de su partida, decidimos compartir un texto redactado hace unos años por su hija Olga, hoy al frente de la Fundación Julio B. Migno que cuenta la historia de como su padre llega a este lugar, para finalmente hacer su "ranchada" que sirvió de inspiración para escribir la famosa "Punta Cayastá".
----------------------
A mediados de la década del 60, tenía mi padre una audición radial titulada La hora de la Costa. A través de ese espacio, se trataba toda la problemática de la zona, a la vez que se difundían valores locales, se recibía y contestaba correspondencia, se atendían pedidos. Había uno especialmente reiterado por su gravedad: la presencia de animales sueltos en el camino.
Por este medio, la zona pudo adquirir relevancia. Y los vecinos y no tan vecinos pudieron enterarse de sus quehaceres y afanes, los de un lugar socialmente postergado y soslayado. Las visitas a San Javier eran periódicas. Mis padres viajaban cada tanto, y prendados como siempre de la belleza costera, cuando pasaban frente a la plaza de Cayastá, la expresión era: “Es la plaza más linda de todos los pueblos costeros”. Se la oí repetir una y otra vez.
Promediando 1965, y a través de la señora Lelia Macedo, en ese entonces directora de la Escuela Pedro de Vega, las noticias de Cayastá llegaban a La hora de la Costa con fluidez y precisión. Lelia era la Corresponsal, y el trato con ella se tornó amigable y afectuoso. Así fue que invitó a mi padre a dar una charla en el Club Social de Cayastá. Y ahí llegó, en compañía de mi madre. A través de su voz y su recuerdo, reiterado en muchas oportunidades, me llega nítida la descripción de una tarde de invierno, gris y cruda. Había viento y estaba nublado.
Luego de la charla, Lelia los llevó a recorrer el pueblo y los lugares más cercanos. Entre conversaciones y diálogos amigables, llegaron a la costa, que es como decir, entraron a la magia. Pero la magia tenía un lugar preciso: la punta de la barranca, el espacio lindante con la casa de las familias Salvatierra y Peralta. Mi padre se extasió recorriendo el lugar, que obviamente, hace mucho más de cuarenta años ¡era más amplio!. Su embeleso no tuvo límites cuando comprobó cómo el recorrido del río, de su querido Quiloazas, majestuosamente se curvaba para continuar hacia el norte, en esa magnitud bordeada de verde que todos conocemos.
Y a partir de ese momento, todo fue querer hacerse una vivienda ahí, precisamente ahí. En ese lugar. Quería ver su río desde esa mirada, con esos ojos, desde Santa Fe la Vieja, lugar históricamente pleno de significación.
Lelia hizo todas las gestiones necesarias. Sabía quiénes eran los dueños del terreno, y rápidamente la compra estuvo hecha.
Desde entonces, el poeta vivió y se desvivió para su ranchada en Cayastá. A pesar de algunos resquemores en su San Javier natal. Pero ahora, la cercanía con Santa Fe era estrecha, y sus deseos de río y soledad se verían cumplidos. Su pasión por el río lo hizo querer estar lo más cerca posible de él. Amor peligroso, si los hay, porque ahora la cercanía es cada vez más audaz y preocupante. Ojalá casa y río no tengan que estrecharse en un abrazo final.
Su Punta Cayastá es fruto de esta pasión por el paisaje de la costa y de su querido Cayastá. Seguramente, como éste, “no hay pago en todo el mundo”.